Una de las principales noticias de ayer en la NFL fue el anuncio de que el propietario de los Delfines de Miami, Wayne Huizenga, se encuentra en pláticas con dos empresarios inmobiliarios, Jorge Pérez y Stephen Ross, para vender la franquicia en la nada despreciable suma de entre 1.1 y 1.2 billones de dólares.
De acuerdo con los reportes, la frustración de Huizenga crece con cada nueva derrota en esta infame campaña de los Dolphins, hasta llegar al punto de considerar seriamente la venta, lo cual, me parece, sería lo más adecuado para todas las partes, es decir, para él, el equipo y los aficionados.
El que Miami se encuentre hoy con marca de 0-13 no obedece sólo a situaciones de este año, sino que es producto de una serie de pobres decisiones de la gente a la que Huizenga le delegó el poder en los últimos siete años. Ojo, no eximo de culpa al magnate por esta temporada de ignominia de los Delfines, pero reconozco que al asumirse como un hombre de negocios, que poco o nada sabía de futbol americano, hizo lo correcto al dejar la operación deportiva en otras manos, aunque su pecado ha sido precisamente en qué manos la ha puesto.
Y es que en el 2000, tras el final de la turbulenta era de Jimmy Johnson al frente de los Dolphins, comenzaron en cascada las malas determinaciones. No voy a defender Dave Wannstedt, una excelente persona e, incluso, a quien considero un buen entrenador a secas, pero su falta de liderazgo, complementada por la sarta de estupideces de Rick Spielman, quien fue nombrado gerente general, comenzaron a cavar la tumba en la cual reposa actualmente el club.
Enumerar en este espacio el rosario de errores de la dupla Wannstedt-Spielman es imposible, pero podemos resumirlos en sus dos movimientos más “brillantes”: le dieron la primera selección colegial de 2002 y 2003 a Nueva Orleáns por el inestable Ricky Williams, quien ha pasado más tiempo rehabilitándose de sus adicciones que en el campo de juego, y la segunda de 2005 a Filadelfia por el quarterback A.J. Feeley, quien hoy está de regreso con las Águilas.
Para 2005, Huizenga dejó ir a Jim Bates, coordinador defensivo que había hecho un buen trabajo como interino al sustituir a Wannstedt en la campaña de 2004, que concluyó con foja de 4-12, y le entregó las llaves del auto al prestigiado coach de la Universidad Estatal de Louisiana (LSU), Nick Saban, quien también asumió las decisiones sobre el personal, pese a contar con Randy Mueller como gerente general.
Con todo el poder, dos años le bastaron a Saban para hacer más profunda la cripta de los Delfines. El único baluarte de sus reclutamientos colegiales es el corredor Ronnie Brown y, por el contrario, también entregó una segunda selección, la de 2006 a Minnesota, por Daunte Culpepper, aun cuando el quarterback se encontraba en rehabilitación de una triple ruptura de ligamentos en la rodilla derecha.
Culpepper sólo pudo jugar cuatro partidos con muy pobres resultados y, al darse cuenta de que el paquete era demasiado grande para él, Saban renunció al finalizar su segunda temporada e hizo la graciosa huida de retorno a las filas universitarias, donde hoy dirige a Alabama.
Para esta campaña, Huizenga optó por regresar al sistema de un entrenador en jefe que se haga cargo sólo de los planes de juego y un gerente general para las decisiones de personal, puestos que recayeron en Cam Cameron, ex coordinador ofensivo de San Diego, y el propio Mueller.
Al margen del desastre que heredaron, sus resoluciones tampoco han sido las más adecuadas, siendo la más criticada su selección de primera ronda en el pasado draft, donde con el turno nueve global tomaron al receptor y regresador de patadas Ted Ginn Jr., en lugar del quarterback Brady Quinn, uno de los mejores prospectos en la posición.
Además, Cameron dio de baja a Culpepper, quien ya estaba completamente recuperado, sin permitirle competir por el puesto con el veterano de 37 años Trent Green, hoy casi retirado tras sufrir su segunda conmoción de tercer grado en campañas consecutivas.
Es así, a muy groso modo, como los Delfines de Miami, hasta hoy –todavía Nueva Inglaterra tiene que conseguirlo– el único campeón invicto en la historia de la NFL, ha preparado cuidadosa y lentamente la receta para la imperfección, una que, como podemos ver, es tan difícil de lograr como la contraria, la que están cocinando los Patriotas.
Espero sus comentarios en www.mrfootballmex.blogspot.com y en los correos rsanchezl@ova.com.mx y ricksan13@yahoo.com. Hasta la próxima.
De acuerdo con los reportes, la frustración de Huizenga crece con cada nueva derrota en esta infame campaña de los Dolphins, hasta llegar al punto de considerar seriamente la venta, lo cual, me parece, sería lo más adecuado para todas las partes, es decir, para él, el equipo y los aficionados.
El que Miami se encuentre hoy con marca de 0-13 no obedece sólo a situaciones de este año, sino que es producto de una serie de pobres decisiones de la gente a la que Huizenga le delegó el poder en los últimos siete años. Ojo, no eximo de culpa al magnate por esta temporada de ignominia de los Delfines, pero reconozco que al asumirse como un hombre de negocios, que poco o nada sabía de futbol americano, hizo lo correcto al dejar la operación deportiva en otras manos, aunque su pecado ha sido precisamente en qué manos la ha puesto.
Y es que en el 2000, tras el final de la turbulenta era de Jimmy Johnson al frente de los Dolphins, comenzaron en cascada las malas determinaciones. No voy a defender Dave Wannstedt, una excelente persona e, incluso, a quien considero un buen entrenador a secas, pero su falta de liderazgo, complementada por la sarta de estupideces de Rick Spielman, quien fue nombrado gerente general, comenzaron a cavar la tumba en la cual reposa actualmente el club.
Enumerar en este espacio el rosario de errores de la dupla Wannstedt-Spielman es imposible, pero podemos resumirlos en sus dos movimientos más “brillantes”: le dieron la primera selección colegial de 2002 y 2003 a Nueva Orleáns por el inestable Ricky Williams, quien ha pasado más tiempo rehabilitándose de sus adicciones que en el campo de juego, y la segunda de 2005 a Filadelfia por el quarterback A.J. Feeley, quien hoy está de regreso con las Águilas.
Para 2005, Huizenga dejó ir a Jim Bates, coordinador defensivo que había hecho un buen trabajo como interino al sustituir a Wannstedt en la campaña de 2004, que concluyó con foja de 4-12, y le entregó las llaves del auto al prestigiado coach de la Universidad Estatal de Louisiana (LSU), Nick Saban, quien también asumió las decisiones sobre el personal, pese a contar con Randy Mueller como gerente general.
Con todo el poder, dos años le bastaron a Saban para hacer más profunda la cripta de los Delfines. El único baluarte de sus reclutamientos colegiales es el corredor Ronnie Brown y, por el contrario, también entregó una segunda selección, la de 2006 a Minnesota, por Daunte Culpepper, aun cuando el quarterback se encontraba en rehabilitación de una triple ruptura de ligamentos en la rodilla derecha.
Culpepper sólo pudo jugar cuatro partidos con muy pobres resultados y, al darse cuenta de que el paquete era demasiado grande para él, Saban renunció al finalizar su segunda temporada e hizo la graciosa huida de retorno a las filas universitarias, donde hoy dirige a Alabama.
Para esta campaña, Huizenga optó por regresar al sistema de un entrenador en jefe que se haga cargo sólo de los planes de juego y un gerente general para las decisiones de personal, puestos que recayeron en Cam Cameron, ex coordinador ofensivo de San Diego, y el propio Mueller.
Al margen del desastre que heredaron, sus resoluciones tampoco han sido las más adecuadas, siendo la más criticada su selección de primera ronda en el pasado draft, donde con el turno nueve global tomaron al receptor y regresador de patadas Ted Ginn Jr., en lugar del quarterback Brady Quinn, uno de los mejores prospectos en la posición.
Además, Cameron dio de baja a Culpepper, quien ya estaba completamente recuperado, sin permitirle competir por el puesto con el veterano de 37 años Trent Green, hoy casi retirado tras sufrir su segunda conmoción de tercer grado en campañas consecutivas.
Es así, a muy groso modo, como los Delfines de Miami, hasta hoy –todavía Nueva Inglaterra tiene que conseguirlo– el único campeón invicto en la historia de la NFL, ha preparado cuidadosa y lentamente la receta para la imperfección, una que, como podemos ver, es tan difícil de lograr como la contraria, la que están cocinando los Patriotas.
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